martes, 16 de julio de 2013

Cursa del Pedraforca - Deporte y emoción en estado puro



Ya lo había comentado en varias ocasiones en anteriores entradas pero, aun siendo consciente del riesgo de perseverancia cansina en la que caigo, la cursa del Pedraforca era algo a lo que me enfrentaba con una ilusión tremenda.

Creo que la última vez que había subido esta montaña fue allá por el año 2000, con Sandra. Recuerdo muy bien que estábamos ambos descansando en la cota más alta, tras lo que había sido una laaaaaarga ascensión, cuando apareció por allí un individuo calzando unas zapatillas de deporte. Su atuendo se reducía a una camiseta de manga corta, unos pantalones de atletismo y su único accesorio era una especie de riñonera que le permitía llevar en su cintura un bidón de ciclismo con unos escasos 500cc de agua.

Éste que escribe (por aquel entonces aun veinteañero), miraba atónito a través de los cristales de sus gafas de pasta a aquel individuo, sin poder entender como alguien había podido llegar allí sin botas de montaña, sin una gran mochila a su espalda y con tan escaso ropaje…

Inaudito! Aquel superhombre había subido al Pedraforca como un simple entrenamiento!!!!. Los escasos segundos que se mantuvo allí parado, bebiendo de su bidoncillo de plástico mientras mantenía la mirada perdida en el paisaje, antes de proseguir su saltarín camino hacia la tartera, quedaron grabados de por vida en mi memoria RAM.

En aquel momento deseé algún día poder ser yo el individuo que subiera allí desafiando al cronómetro aunque, en aquel momento, la forma física del chavalito que miraba estupefacto sentado sobre una piedra, difería bastante del necesario para tal proeza.

Muchos años han pasado desde aquella experiencia personal y tal deseo se había mantenido adormecido en mi interior hasta que el año pasado, gracias a haber iniciado nuestra experiencia como campistas en un camping situado a las faldas del Pedraforca, descubrí la cursa de Saldes. La llama de aquel reto aletargado volvía a encenderse y considerando que mi estado físico es radicalmente diferente al que tenía antaño, me plantee seriamente participar en esta edición.

Junto con el amigo Sergio, hemos dedicado estos dos últimos meses a hacer algún que otro entrenamiento más específico para preparar nuestros músculos a las exigencias del desnivel, muy diferente a lo que el triatlón nos tiene acostumbrados.

En carreras como la del Pedra, de nada sirve hacer 25 series de 1000 a 3:30, como entre la punta del pie al inicio de la zancada o si mantenemos el cuerpo ligeramente hacia adelante… aquí prevalece el tiempo que puedas mantenerte caminando mientras asciendes un desnivel del 30% apretando tus manos contra los cuádriceps, o lo rápido que seas leyendo el terreno sobre el que va a caer tu pie mientras desciendes, por no hablar de la técnica específica para bajar la tartera… nada que ver con lo anteriormente conocido para triatletas del tres al cuarto como nosotros…



Así que algunas sesiones por la Mola y por Montserrat nos dejaron más o menos listos para el gran día. En mi caso, el pasar algunos fines de semana en la zona C, me habían permitido entrenar incluso algunos de los tramos de la carrera, así que jugaba con cierta ventaja con respecto a Sergio..

Y por fin llegaba el gran día!!!!

Como pasa en las grandes ocasiones, la noche anterior había sido un tanto caótica: La sobreexcitación que le supuso a Amaia celebrar su segundo cumpleaños el sábado, nos tuvo en jaque toda la noche puesto que en sueños debió rememorar los chapuzones en la piscina junto a sus primos y amiguitas, los numerosos regalos que recibió o sus enormes esfuerzos para apagar las velas del pastel.

El tremendo vendaval que se generó la noche del sábado tampoco ayudó demasiado a mi descanso y me vi a las 3 de la mañana en el jardín recogiendo globos, cajas y restos de la fiesta de cumpleaños de mi primogénita.


En consecuencia, no escuché otro despertador que las llamadas telefónicas de Sergio a mi móvil mientras esperaba en la calle a que saliera…. Bufffffff!!!!! A correr toca!. Improvisando un almuerzo a base de restos de pizza del día anterior y alguna barrita, obsequio de alguna carrera ya olvidada, nos ponemos en marcha camino de Saldes mientras mi boca no es capaz todavía de vocalizar dos palabras seguidas con sentido.

Llegamos a pies del Pedraforca y el ambiente es ya efervescente. El multicolor típico de las vestimentas deportivas específicas de montaña llena la tranquila población de Saldes en el acontecimiento deportivo más notable para este pequeño pueblecito del Berguedà, de poco más de 300 habitantes.

La carrera en sí puede dividirse en 3 partes bien diferenciadas:

Un primer tramo, de unos 4,5 kms, separa a Saldes del Mirador de Gresolet (situado en la típica pista donde se aparca el coche para hacer la ascensión a la montaña) y en el que se puede trotar hasta el último kilómetro donde el fuerte desnivel nos obligará a caminar.

El segundo tramo, de unos 3,5Kms, sería la ascensión pura y dura hasta el pollegó superior.

Pasando por el refugio de Lluis Estasen, iremos ganado altura y desnivel hasta alcanzar el coll del verdet, donde la vegetación desaparece totalmente para dejarnos en una zona expuesta debido a la altitud (sobre los 2500 metros). A partir del collado nos espera algo menos de un quilómetro en el que deberemos echar mano a nuestra destreza como escaladores. No se trata en absoluto de una zona de alta dificultad técnica pero avanzaremos muy lentos usando las cuatro extremidades para ayudarnos a progresar. Tras un continuo sube-baja rocoso, alcanzaremos por fin la cota más elevada de la carrera (2.507m) e iniciaremos el tercer y último tramo de la carrera.

En este tercer tramo, protagonizado claramente por la impresionante tartera, nuestra técnica para bajar así como las reservas musculares que nos queden, determinarán en gran medida el tiempo que emplearemos en este tramo de descenso, que tiene una longitud total de 4,5Kms.

Un total de 13kms que darán para mucho y que es recomendable tomarse con cierta calma, sobretodo si se trata de tu primera danza con las carreras de montaña de verdad.

Situados ya tras la línea de salida, le deseo suerte a Sergio y, tras la cuenta atrás, el cronómetro se pone en marcha.

El ritmo de inicio es demasiado fuerte para mi gusto, pero con el fin de no perder demasiadas posiciones en el primer embudo que se crea tras salir del pueblo, intento mantener los dientes apretados en las primeras rampas. Como esperaba, el ácido láctico hace acto de presencia de forma prematura y el terreno que sigue no me permite hacer una limpieza adecuada de esa fatiga inicial. Antes de llegar al kilómetro de ascenso bestia que nos llevará al mirador, vienen un par de kilómetros donde se puede correr rápido y me obceco por mantenerme corriendo como si de un 10.000 se tratara… detalles que hay que acabar de pulir en el futuro.

Al trote llego al inicio del estrecho camino que me llevará al mirador de Gresolet desde donde se pueden admirar unas vistas increíbles del Cadí. El sobreesfuerzo previo se hace notar en los últimos metros antes de llegar al mirador pero la gente animando y gritando en este punto hacen que la tentación de parar a tomar oxígeno se quede sólo en eso, una mera tentación… Tomo referencias en el GPS al saltar la valla de madera que delimita el mirador: 32’… dos minutos y medio más rápido que mi mejor tiempo entrenando este intervalo.. pero no paro de pensar que llevo la musculatura muy justa para el tute que me queda hasta arriba.

Trotando llego a las escaleras que marcan el sendero hacia el refugio de Lluís Estasen e, inevitablemente, hago casi todo el camino hasta allí caminando. Alcanzo el punto de control en unos 39’, que es aproximadamente lo esperado, aunque en peores condiciones de las que había idealizado.

Tras el refugio viene una zona algo más favorable en la que se puede trotar y recuperar aliento, que falta va a hacer para lo que viene a continuación: 2,5Kms sin dejar de subir a una media del 30%.

Durante los próximos 43’ no aparto la mirada del suelo mientras me intento concentrar en avanzar de la forma menos dolorosa posible, apretando mis manos sobre los cuádriceps. En dos o tres ocasiones, en las que las fuerzas se desvanecen del todo, me veo obligado a parar a recobrar aliento. Son paradas de escasos 5-10 segundos que me permiten retomar un ritmo que se me antoja aciago, mientras trato de mantener la mente distraída, sin demasiado éxito.

Por fin, alcanzo el avituallamiento del Verdet donde, sin perder demasiado tiempo, trato de beber isotónico y comer algunas gominolas… algo de azúcar para el rato que queda hasta alcanzar el punto más alto de la carrera.

Prosigo por el sendero que nos llevará directos al inicio de la grimpada.



Hasta este punto lo había hecho entrenando en una ocasión, hacía justamente 1 mes. Más allá de este límite, tan sólo lo que mi memoria retenía de tiempos pretéritos y lo que había ido leyendo de crónicas de años anteriores.



Debo reconocer que había arrastrado hasta aquí arriba una cierta preocupación por esta zona más técnica del recorrido pero la organización había hecho un trabajo inmejorable marcando con una cinta de color fluorescente el mejor trazado a seguir durante toda el trayecto de grimpada/desgrimpada y en todo momento tuve la sensación de estar avanzando de forma realmente segura.




Junto al resto de compañeros con los que me ha tocado subir, avanzamos respetando en todo momento los espacios. Si uno se atranca un poco en una zona, el resto espera sin problemas. Si uno comenta que va muerto, el resto le anima a que siga adelante. El concepto competitivo es muy diferente del que estoy acostumbrado a vivir en los triatlones.



Animado en todo momento por diversos voluntarios alcanzo la cima del pollegó superior donde vuelvo a agarrar unas cuantas chucherías mientras mi vista busca rápidamente la desgrimpada hasta la enforcadura, punto que me preocupaba también notablemente.




La recordaba compleja y me imaginaba arrastrando el trasero por la piedra hasta llegar a la tartera pero, nada más lejos de la realidad… Me pareció sencillo descender de la cima hasta el inicio de la pedrera pudiendo incluso correr en algunas zonas.



Casi sin darme cuenta estoy ya resiguiendo la cinta que me indica el mejor camino para descender la tartera y enseguida estoy con el cuerpo casi horizontal intentando mantener el culo separado del suelo en una zona totalmente pelada de piedras y en la que hay que echar mano del derrape lateral para frenar la velocidad que la propia pendiente nos imprime.

Un par de culetazos y al fin diviso piedra suelta donde poder usar la técnica de descenso de tartera que muchos años atrás me enseñaron amigos como Kiku, David o Jordi, muy experimentados en zonas montañosas.



Por suerte, me han quedado algo de reservas en los músculos de las piernas y puedo disfrutar como un loco bajando la tartera a base de saltos mientras mis talones se clavan y deslizan justo antes de volver a saltar en busca del siguiente montón de piedras a arrastrar. Con la emoción del descenso, no puedo evitar algún que otro deslizamiento traseril al hallar zonas peladas de piedras pero, a estas alturas, nos son más que anecdóticas formas alternativas de progresar en el descenso.

Se acaba la diversión y me adentro en el sendero por el que tocará correr hasta alcanzar nuevamente Saldes, a unos 3 Kms del final de la tartera.

En este último tramo ya no noto las piernas… simplemente fluyen, sin atisbo de dolor ni de fatiga. De vez en cuando noto como una de ellas pierde la solidez y el cuerpo me hace un extraño mientras trato de recuperar el equilibrio y evitar la caída. En una ocasión simplemente no lo consigo y acabo con el cuerpo en plancha, cual futbolista festejando un gol en meta contraria.

Viviendo esa sensación jamás experimentada previamente en la que tengo la impresión de que en cualquier momento llegará el fallo muscular pero, como como si me hubiesen administrado anestesia en las piernas, me mantengo corriendo a ritmos cercanos a 3’30’’/km; empiezo a escuchar aplausos y la voz del speaker que llegan a mis oídos cada vez de forma más clara.

Efectivamente, sin acabar de ser todavía consciente de lo que me falta para llegar a meta, una curva a la izquierda me escupe directamente a la calle donde se encuentra el arco de llegada.

Y, pese a la notable cantidad de carreras de media y larga distancia que llevo en mi breve pero intensa carrera triatlética, ese hinchable en forma de arco al que me dirijo en estos últimos metros hoy en Saldes, supone uno de esos retos personales que a uno llenan de felicidad, uno de esos logros que siempre guardaré en mi bolsillo de “cosas que realmente me han llenado” y que, a menudo, nada tienen que ver con marcas ni posiciones.

Espero a que llegue Sergio, también al límite muscular, para tomar la merecida cerveza y comentar la epopeya… sin duda, una gran éxito en nuestro estreno montañero.

También han corrido la carrera dos compañeros más de la sección: Enric Grau quien, pese a su corta edad, ya es un experimentado corredor de montaña y Albert Grimaldo que, engañado de forma vil por Enric, no sabía ni donde se metía… jajaja… en todo caso, acabó sin mayores problemas el recorrido.. incluso con zapatillas de correr por asfalto!.

Muy satisfecho también por el tiempo invertido, 2h11’34’’ y la posición 47 en la clasificación general…. No se puede pedir más.

En este año de receso triatlético, creo que el próximo objetivo puede estar en la Duatló de Núria, otra de esas que llevo años deseando hacer, desde que hace ya mucho tiempo, empezaron a organizar unos amigos del Centre Excursionista de Terrassa…


1 comentario:

  1. je je como las cabras, lo que yo digo la cabra tira al monte y la máquina de escribir tiembla cada vez que te pones a hacer una crónica. El próximo año a ver si tienes güevos de hacer esta misma carrera pero a lomos de tu bici de carretera.
    Un saludo

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